Ubicado en las montañas que rodean la ciudad, el Parque Arví se ha convertido en un santuario natural que resguarda especies únicas y ecosistemas clave. Más que un lugar de esparcimiento, es un verdadero laboratorio vivo donde la flora y fauna nativas prosperan gracias a su clima húmedo, bosques de niebla y nacimientos de agua.
En este paraíso natural, que alberga ecosistemas altoandinos, se han identificado especies tan fascinantes como la tarántula aguapanela arví (Theraphosidae), descubierta por primera vez en 2015, y cuya hembra puede vivir hasta 25 años. También se protege al anturio negro (Anthurium caramentae), una joya botánica endémica que tarda más de cinco meses en madurar una sola flor.
El parque es hogar de 69 especies de aves, como el tucanete gorjiblanco, que dispersa semillas al almacenarlas en troncos; el colibrí picoespada, con un pico más largo que su cuerpo ideal para polinizar flores tubulares; y la pava falcialar, conocida como «la jardinera del bosque».
La diversidad no se detiene ahí. En Arví también viven 19 especies de mamíferos, entre ellos el sigiloso tigrillo, el incansable armadillo y el zorro cangrejero, todos con roles clave en el equilibrio ecológico. Entre los anfibios destaca la rana de cristal, cuya piel transparente revela la buena salud del ecosistema acuático.
La riqueza vegetal incluye árboles emblemáticos como el amarrabollo y 140 especies de orquídeas miniatura, cuyas flores apenas alcanzan los tres milímetros, como la delicada lepanthes acarina.
“Este es un ecosistema esencial para la conservación del agua y la captura de carbono. En Arví trabajamos para transformar el territorio en beneficio de las generaciones presentes y futuras”, afirma Óscar Cardona Cadavid, director del parque.
El Parque Arví no solo cuida la biodiversidad: la celebra, la estudia y la comparte con el mundo. Y hoy, más que nunca, su labor es vital.
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