En una nueva y polémica declaración, el presidente Gustavo Petro lanzó una frase que ha encendido las alarmas en sectores políticos y ciudadanos por su tono confrontativo y su potencial carga desestabilizadora: “El pueblo tiene que tomar en sus manos el destino de Colombia si llegasen a pasar estas cosas —que espero no pasen—. Y no es una amenaza… simplemente cualquier ser humano con tres dedos en la cabeza sabe qué pasa cuando las instituciones van contra el pueblo”.
Aunque el mandatario intentó matizar sus palabras insistiendo en que “no es una amenaza”, sus declaraciones tienen ecos inquietantes de pasajes oscuros de la historia colombiana. “No pasa sino una sola cosa: las instituciones se van”, agregó, dejando entrever un escenario de ruptura institucional en caso de que sus reformas sociales enfrenten oposición desde los órganos del Estado.
El mensaje llega en un momento clave, en medio del debate sobre reformas estructurales promovidas por el Gobierno, que buscan —según él— “acabar con la pobreza extrema” y “llevar felicidad a los pobres”. Pero el tono de su advertencia ha sido interpretado por críticos como una forma de presión que raya con el populismo autoritario y que socava el respeto a la institucionalidad democrática.
Sectores políticos, juristas y analistas ya han comenzado a reaccionar ante lo que consideran una amenaza encubierta contra las instituciones del Estado. La pregunta que queda sobre la mesa es: ¿puede un presidente hablar de la caída de las instituciones sin provocar una crisis política?
Con este tipo de discursos, Gustavo Petro no solo radicaliza el tono del debate público, sino que también pone en juego la estabilidad institucional del país, bajo la premisa de que su visión del “pueblo” es la única legítima.
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